· Por: Jorge Mier Hoffman
o tedejo tedejo (tedejo@gmail.com)
¿Cuando llegará el Fin del Mundo? No es una pregunta que nos hacemos; es sencillamente una utopía en torno a la realidad circundante que nos apega a la vivencia diaria y el atesoramiento a lo material, que nos hace olvidar la tragedia que se avecina
Somos la reencarnación de lo divino y lo inmortal; al menos así nos definimos para no aceptar una verdad insospechada de lo que pasa en el planeta. Ayer el gobierno de Estados Unidos declaró al "oso polar" como una especie en peligro de extinción por causa del recalentamiento global; siendo la primera especie animal que el imperio reconoce como víctima de la avidez insaciable del capitalismo en atesorar riquezas y poder, sin medir las consecuencia del daño ecológico que anuncia el fin de la especie humana.
¡Lo irónico! Es que sea una especie irracional que goza de ese privilegio que amenaza con su extinción, no así a la especie humana como la más indefensa ante la irracionalidad del neocolonialismo económico que encuentra en el dolor humano, una nueva manera de generar fortuna: guerras, tragedias naturales, terrorismo, hambruna, contaminación y enfermedades.
A diferencia de lo que vaticinan las religiones fundamentalistas con el anuncio del Fin del Mundo, este nunca llegará para nosotros, puesto que nuestra civilización es el mundo del fin. Somos el fin de una transición muy breve, de no más de doscientos años, si la comparamos con el desarrollo sustentado de 8 mil años de evolución de los sumerios, babilonios, egipcios, incas y mayas, que pudieron desarrollarse sin afectar el medio ambiente.
Un siglo es un segundo en la vida de estas civilizaciones antiguas, y sin embargo en nuestra evolución hace tan solo 128 años, hombres y mujeres se movilizaban sobre bestias, puesto que las máquinas y la energía aún no habían salido de los laboratorios ni del ingenio de sus inventores. En 1880 Amedée Bollé efectuó el primer recorrido en un automóvil, y tres años después, John Montgomery, fue la primera persona en realizar un vuelo controlado con una máquina más pesada que el aire.
No somos una civilización; somos una transición acelerada de un proceso para exterminar la raza humana, para dar paso a una nueva generación mucho más inteligente, puesto que tendrá la sabiduría de que no atentará contra su propia especie
El recalentamiento global no es una quimera ni una moda del momento. La destrucción del medio ambiente es un hecho irreversible que tendrá sus consecuencias trágicas en tan solo diez años, al ritmo acelerado de contaminación atmosférica que crecerá sustancialmente en una década, con la incorporación de China y
Por los momentos, cada día los Estados Unidos contamina la atmósfera con Tres Mil Trescientos Treinta y Nueve millones de Barriles de Petróleo, equivalente a un consumo diario de 21 millones de barriles de
¡Es sencillamente una locura!
Son doce lagos de estas dimensiones que se queman cada año, con consecuencias irreversibles en la destrucción de la capa de ozono, el deshielo de los glaciares y el cambio climático, que conlleva a la intensidad de huracanes, tornados, tsunamis, volcanes y terremotos.
No vamos hacia el Fin del Mundo… Somos la transición acelerada del Mundo del Fin
No hay la menor intención de rectificar, por el contrario, se intensifican las acciones devastadoras por destruir la raza humana, no sólo con guerras e invasiones, sino con la destrucción sistemática del medio ambiente que cobra su cuota de seres humanos, animales y vegetales, dejando a su paso una estela de devastación, desolación y muerte.
Esto no es una alarma para elevar la conciencia de los pueblos del mundo en torno al tema de la contaminación y el recalentamiento global, puesto que ya pasó el tiempo de la rectificación.
¡No hay vuelta atrás!
Registrar las secuelas de la devastación que hicimos, es un epitafio sobre el Mundo del Fin en que vivimos, para que la próxima especie humana no tenga que vivir el Fin del Mundo que nunca veremos.
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