viernes, 14 de diciembre de 2007

Crítica al neomarxista Samir Amín

Samir Amín

GRUPO DE PROPAGANDA MARXISTA

Compañeros/as:
Este aviso es para comunicaros la publicación en nuestra página Web
http://www.nodo50.org/gpm de un nuevo documento titulado “Crítica al neomarxista Samir Amín”.
Este trabajo tiene su origen en la petición de un compañero costarricense de cual es nuestra opinión sobre tan influyente autor, representante, entre otros, de la “escuela neomarxista” o del “marxismo crítico”. En el mencionado documento intentamos explicar desde el umbral hasta los principios y fines que caracterizan dicha “escuela”, además de las propuestas generales y concretas que Samir ofrece engañosamente a los que, en principio, pretenden superar los males del sistema capitalista.
La dirección para acceder directamente al documento es
http://www.nodo50.org/gpm/neomarxismo/00.htm Si deseáis descargaros todo el archivo en doc pinchad AQUÍ.
Para cualquier comentario, dirigiros a: gpm@nodo50.org
CRÍTICA AL NEOMARXISTA SAMIR AMÍN

Carta de un lector al GPM:
Leí un documento relacionado con "Inquietud de Alexander Pinazo Carmona que originó el debate". Me interesa, porque de esto no entiendo mucho, ¿Qué es lo que se quiere decir con que Samir Amin es neomarxista?. ¿Es eso algo malo o regular?. Porque siempre me ha gustado lo que escribe ese autor, me parece que ha contribuido a la lucha internacional, pero si hay algo malo en sus teorías me gustaría comprender algo más, gracias.
José, Costa Rica
26-04-07

Respuesta del GPM:

Estimado señor José:
Efectivamente, en el trabajo que usted menciona, que es el que hemos publicado en el mes de febrero titulado “Miscelanea sobre Materialismo Histórico III”, catalogamos, entre otros, a Paul Baran, Samir Amín y Ernest Mandel como “neomarxistas”, es decir, teóricos que hablan y escriben como representantes de un “nuevo” marxismo y se proclaman precursores de una manera “distinta” de entender el -llamado por ellos- marxismo ortodoxo, dogmático o clásico.
Esta corriente de pensamiento surgió a mediados del siglo pasado en centroeuropa, más concretamente en la universidad de Frankfurt, teniendo como figuras más destacadas a Pollock, Horkheimer, Adorno y Marcuse. Esta escuela, al otro lado del charco, estuvo representada fundamentalmente por Paul Baran, profesor en la universidad de Stanford y Paul Sweezi, fundador de la revista Monthly Review. Tanto los europeos como los americanos propugnaron la “Teoría política del atraso”. Teoría que, a grandes rasgos, defiende que los países atrasados de la periferia capitalista no podrán abandonar el vagón de cola del sistema internacional del capitalismo como consecuencia de que en esos estados falta un mercado interno con contenido suficiente como para impulsar, por si mismo, un desarrollo capaz de suprimir ese atraso relativo y, además, porque a esa falta de mercado interior, se le suma la competencia desigual que ejercen los países centro económicos respecto de su periferia, como resultado, fundamentalmente, de una mayor productividad y a que controlan los mecanismos del intercambio internacional. A esta corriente de pensamiento se sumó Samir Amín desde África.
Egipcio de nacimiento, pero graduado en la universidad de París en políticas, estadística y economía. Samir Amín ocupó la dirección del ”Instituto Africano de Desarrollo Económico y Planificación”. En la actualidad, preside el “Foro del Tercer Mundo” asociación de intelectuales de África, Asia y América Latina que se preocupan por encontrar fórmulas de desarrollo para sus respectivos países y, si es posible, conjugándolo con un reparto equitativo de la riqueza.
Samir es un autor prolífico que se ha ocupado de las consecuencias sociales y humanas del desarrollo desigual del capitalismo. Gran parte de lo que este autor ha escrito se apoya en la realidad sangrante que padecen las clases subalternas en la periferia del sistema y, claro está, cuanto más acentuado es el subdesarrollo mayor es la dependencia nacional de los países que lo soportan y peores las condiciones que sufren los explotados allí.
En este caldo de cultivo de la penuria relativa, mayor es el atractivo que suscita la denuncia de autores que, como Samir Amín, critican las dramáticas consecuencias que conlleva el estado de atraso relativo al que se ven sometidas las naciones capitalistas más dependientes, la explotación añadida que supone el intercambio desigual que los países de la cadena imperialista ejercen sobre ellas, y los efectos disolventes que sobre numerosas comunidades indígenas de esos mismos países dependientes provoca la introducción de relaciones capitalistas salvajes.
Hasta aquí, en cuanto a la denuncia de las consecuencias del capitalismo en su periferia subdesarrollada, entendemos que no hay nada que objetar en tanto que son más que evidentes. Pero la cosa cambia cuando se trata de explicar sus causas y proponer las consecuentes alternativas de solución política al problema del desarrollo desigual. Aquí es donde los caminos propuestos por el marxismo ortodoxo y el neomarxismo se bifurcan.
Y es que quienes profesamos el Materialismo Histórico como concepción del mundo y método de análisis de la realidad capitalista, entendemos que para superar el desarrollo desigual y las lacerantes consecuencias sociales y humanas del atraso relativo, hay que atenerse a la dialéctica entre las dos clases universales antagónicas de la sociedad moderna, optando en esa contradicción fundamental por los intereses históricos del proletariado mundial, planteando la lucha en estos términos con el objetivo claro de acabar con las relaciones capitalistas en el Mundo.
Los neomarxistas, en cambio, sostienen que para superar el desarrollo desigual en el Mundo hay que supeditar la dialéctica entre las dos clases universales, a la dialéctica entre la burguesía imperialista y las burguesías nacionales de los países dependientes, proponiendo al proletariado de estos últimos que haga frente común con sus respectivos patronos en su lucha particular por la liberación nacional.
A pesar de que Samir Amín no se encuentre entre los que apoyaron, en su momento, explícitamente al nacionalista burgués Abdel Nasser, sin duda abrevó en el pozo que el nasserismo dejó en África y los países árabes a partir de los años 60 del siglo pasado
[1], como parte de la llamada “revolución anticolonial” que floreció durante aquél período. Un proyecto antiimperialista pequeñoburgués cimentado al interior de cada país capitalista dependiente, que cristalizó por primera vez tras el VII Congreso stalinista de la IIIª Internacional donde quedó consagrado el Frente Popular como alianza entre las burguesías nacionales y sus respectivas clases obreras para solventar sus conflictos particulares con el capital más desarrollado de las metrópolis imperialistas.
Hoy día Samir debiera saber que la acumulación del capital en los países subdesarrollados, medró hasta convertirse en grande y mediano al amparo de la dramática interrupción del comercio mundial y el consecuente debilitamiento momentáneo de sus vínculos de dependencia con el imperialismo, provocado por la crisis de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial. También debe saber que una vez acabado el período post bélico de reconstrucción y reanudación del proceso de acumulación en Europa y EE.UU. a partir de la primera mitad de la década de los cincuenta, diez años después ese capital cedió finalmente a la irresistible presión del capital imperialista excedentario hasta acabar fusionándose con él, de modo que seguir hablando en esos países de capital nacional, ha pasado a ser el tópico teórico que alienta la actual farsa política —en muchos casos sangrienta— en que se ha convertido la consigna de la “liberación nacional”.
Samir Amín debe saber, pues —y lo sabe—, que los proyectos “populistas” de desarrollo autosostenido del capital nacional periférico carecen de sentido. Pero prefiere abstraerse de esa verdad porque se siente pueblo, esa categoría social a medio camino entre la gran burguesía y el proletariado. Necesita sentirse políticamente ubicado en el justo medio de esa contradicción definida por el vocablo “pueblo”, posición equidistante e “imparcial” a la que se consagra con tanta fuerza como rechaza sus extremos; y es que ambos le horrorizan por igual en tanto que cualquiera de ellos supone su práctica desaparición social:
<>. (K. Marx: “Carta a Annenkov” 28/12/1846. Lo entre paréntesis nuestro)
Y la mejor forma que ha encontrado la pequeñoburguesía desde los tiempos de Proudhon de impedir que la contradicción entre burguesía y proletariado se resuelva para poder seguir divinizándola como a la gallina de los huevos de oro, es conseguir que el proletariado se distraiga rindiendo culto a la contradicción entre la grande y la pequeñoburguesía tomando partido por esta última: el Frente Popular. Y como el señor Samir Amín ha querido pasar a la historia, por su originalidad en la industria del entretenimiento político, nos ha propuesto otra alternativa distinta a la tradicional inventada por la ya fenecida IIIª Internacional, aunque de novedosa no tiene nada, porque eso ya lo propuso Simón Bolívar en su tiempo.
Se trata de una alternativa igualmente irrealizable como es la creación de espacios económicos internacionales entre países relativamente atrasados que, en conjunto, puedan conformar mercados más amplios a fin de renegociar la dependencia desde posiciones más favorables con las potencias dominantes que, hasta la fecha, tienen el monopolio de los flujos financieros, el control de la tecnología, las comunicaciones y el acceso privilegiado a los recursos naturales. Su proposición propugna el “idílico” objetivo de salirse de los circuitos capitalistas imperantes —a esto le da el nombre de “desconexión”— y en eso consiste su proposición teoría como fundamento de su fórmula política para presuntamente oponerse a los desastres del capitalismo.
Decimos “idílico” porque mientras no se instaure en estos países un sistema socialista capaz de superar las leyes que rigen en el capitalismo, por mucho que sus residuales burguesías nacionales se alíen entre sí, es del todo imposible romper los vínculos con un capital que opera ya a escala planetaria y porque, además, aun en el hipotético caso de que se formasen bloques de países “desconectados”, tan sólo sería cuestión de tiempo que en estos bloques se volviera a reproducir las mismas condiciones de las que pretendían escapar, porque mientras se mantengan las relaciones de producción capitalista en ellos es imposible evitar que el capital vaya creciendo en la misma medida que se va acumulando y, por tanto, se vaya acrecentando la diferenciación entre poseedores y desposeídos. Es más, nadie podría impedir que dentro de esos bloques económicos cerrados el país con un capital nacional relativamente más desarrollado ejerza un nuevo dominio imperialista sobre sus contrapartes dependientes, o sea, que la proposición consistiría en volver atrás las ruedas de la historia para repetirla como si de una “moviola” se tratara. El propio Samir Amín reconoce en primer lugar que el capital opera ya a escala planetaria y que además, por mucho que se quiera evitar el fenómeno de la polarización, éste forma parte de la misma naturaleza del capital:
<> (Samir Amín: “Geopolítica del imperialismo contemporáneo” el subrayado nuestro )
Samir proclama que desea eliminar la contradicción dialéctica al interior del sistema entre el capital imperialista que por un lado, necesita de la libre circulación de capitales y, por el otro, la resistencia que ofrece el teórico bloque de poder internacional formado por la alianza entre las distintas burguesías nacionales y sus respectivos asalariados.
El ejemplo más claro de esa contradicción dialéctica sería la que se esta dando “ahorita” entre EE..UU y el pretendido bloque llamado ALBA. Pero la cuestión es que esa contradicción está constituida por dos fuerzas antagónicas aunque históricamente conciliables en tanto que comparten la misma esencia social burguesa. Por tanto, el polo dialéctico presuntamente progresivo de esa lucha no puede trascender políticamente al propio sistema económico-social capitalista, causa en sí y por sí irremediable de los males que padece la humanidad.
Como hemos dicho ya, Samir Amín está considerado por sus numerosos acólitos entre los grandes analistas críticos del intercambio capitalista desigual. Al respecto hay que señalar aquí que, entre 1975 y 1986, la idea de la combinación entre desarrollo y subdesarrollo en el Mundo como algo funcional y consustancial a la realidad internacional del capitalismo, fue recurrente en las obras de Amín, donde llegó a considerarla indispensable para la propia existencia del gran capital imperialista —idea que compartió con colegas neomarxistas como Palloix y Laclau—, negando todavía en 1986, incluso que en los países dependientes pudiera cristalizar ”una burguesía nacional de empresarios”.
Amín sigue conservando su prestigio de analista serio y progresista a despecho de que la realidad muestre otra cosa. Porque es un hecho evidente que las manifestaciones económicas y políticas del desarrollo internacional desigual se han ido modificando hasta suavizarse con tendencia a desaparecer. No precisamente por influjo del desarrollo autosostenido del capital nacional periférico, sino por determinación de la ley del valor a instancias del gran capital excedentario procedente de los países imperialistas.
De hecho, en los últimos cuarenta años los países dependientes han venido creciendo tan o más que los países del centro capitalista imperial. En efecto:
<> (R. Astarita y O. Colombo: “Revalorizando la dependencia a la luz de la crítica a la tesis del estancamiento crónico”).
Y ese crecimiento en los países de desarrollo medio, como México, Argentina, Brasil o Chile, ha venido acompañado por la fusión entre el capital nacional dependiente de esos países con las grandes empresas multinacionales localizadas allí.
Sin embargo, Amín ha seguido escondiendo su cabeza bajo el ala del desarrollo desigual estructural para despreciar la contradicción entre las dos clases fundamentales irreconciliables dentro del sistema capitalista: la clase obrera y la burguesía. Samir obvia esa contradicción para destacar que, para él, la contradicción principal está dada por las relaciones entre los países centroeconómicos y la periferia capitalista, es decir, una contradicción de carácter interburgués sin visos de solución en sí misma trascendente del sistema. Por tanto, lo que nos cuenta Samir en sus libros son eso: cuentos. Porque ni están en la realidad del capitalismo ni consecuentemente contribuyen a su necesario conocimiento dado que restringe o limita ese conocimiento de la realidad a la dialéctica entre capitales nacionales de diverso grado de acumulación, lo cual deforma monstruosamente el conocimiento del capitalismo en su totalidad.
Este señor disecciona, separa o aparta convenientemente la dificultad que, para los intereses que él representa, supone considerar al capitalismo en su conjunto como dialéctica objetiva entre el capital y el trabajo, circunscribiéndolo a las relaciones entre capitalistas. Practica, por tanto, un cretinismo intelectual de la peor especie. Porque no se trata de “desconectarse” del Imperialismo dando a entender que así sería cuestión de tiempo esperar ilusoriamente que se cayera como una pera madura, sino de combatir al capitalismo a escala internacional.
Porque aun aceptando que esa proposición estratégica de Amín se cumpliera y el capital imperialista desapareciera como un tumor maligno sometido a quimioterapia, lo cierto es que, en tanto y cuanto la propiedad privada sobre los medios de producción y su necesario correlato: la competencia, se mantienen intangibles, ahí sí que sería realmente sólo cuestión de tiempo esperar que los monopolios imperialistas se reprodujeran espontáneamente, tal como Engels lo anunciara por primera vez en 1843 al publicar su “Esbozo de una crítica de la economía política” publicado por primera vez en los “Anales Franco Alemanes”, trabajo que Marx califico de “genial” (Ver: Feüerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”):
<>. (F. Engels: Op. cit.)


El corolario de todo esto, es que en la sociedad capitalista la tendencia al monopolio es imposible de erradicar mientras no se erradique el monopolio por excelencia: la propiedad privada sobre los medios de producción. Y el problema que tienen individuos como Samir Amín, radica en que ellos no pueden aceptar semejante cosa, porque llevan el monopolio de la propiedad privada, en este caso el de la propiedad intelectual, metido en la sangre.
Marx llama “conocimiento concreto” de una sociedad dada al “concreto pensado” sobre su totalidad como objeto de ese conocimiento, en nuestro caso la economía política del capitalismo; es decir, al conocimiento de los fenómenos o forma de manifestación de este objeto por su esencia según su concepto, entendido el objeto como totalidad o unidad dialéctica de contrarios u opuestos. La ciencia de la economía política parte, pues, de la relación dialéctica primordial entre capital y trabajo. Solo así cada fenómeno del objeto —en nuestro caso el intercambio internacional desigual— puede llegar a tener significación y sentido científicos, de tal modo que “las consecuencias” del capitalismo en su periferia —de las que habla Samir—, sólo pueden conocerse o explicarse si se los pone en relación con su esencia, y a esa esencia con la causa formal, concepto o principio activo del capitalismo como totalidad (de fenómenos y esencias), es decir, puesto en relación con la transformación del trabajo necesario en excedente para los fines de la acumulación.
¿En qué reside o consiste la esencia de las raíces en cualquier vegetal? En extraer los nutrientes de la tierra para convertirlos en savia. ¿Cuál es su concepto o principio activo? La fotosíntesis. ¿En qué reside la esencia del intercambio desigual de plusvalor? En la distinta composición orgánica de los capitales. ¿Cuál es el concepto de esa esencia como totalidad orgánica que hace al comportamiento de la burguesía en su conjunto? Apoderarse de la mayor cantidad posible de trabajo necesario para convertirla en excedente a los fines de la acumulación.
Samir Amín no pone su intelecto en conexión con nada de esto. Simplemente se limita a deambular entre las formas de manifestación del capitalismo internacional —en nuestro caso el intercambio desigual— para relevar de ahí lo que conviene a su condición de intelectual pequeñoburgués. A esto se le llama pragmatismo, nada que ver con la verdad científica. La pequeñoburguesía intelectual piensa y refleja en su discurso lo que parece ser, como en un espejo, escamoteando no sólo el ser esencial que subyace a ese parecer, sino también su concepto o razón de ser.
La dialéctica entre capitales, esto es, la competencia, es una forma de manifestación o causa eficiente de la lógica del capital social global que se verifica en la esfera de la circulación o intercambio entre mercancías y dinero. ¿Cual es la esencia de esa dialéctica entre capitales?, el reparto del plusvalor global producido entre capitalistas que operan con diversa masa de valor en funciones y distinta composición orgánica de sus capitales. ¿Cuál su concepto?, la producción de plusvalor para los fines de la reproducción ampliada, que es, precisamente, la causa formal o concepto del capitalismo, determinada por la relación de producción entre capitalistas y asalariados.
¿Qué clase de conocimiento es el que nos brinda éste señor, que aisla, o independiza convenientemente el intercambio desigual desconectándolo de su causa formal o concepto? ¿No es su idea de la “desconexión” una determinación abstracta en tanto que no está mediada o conectada —a través del pensamiento— con la esencia de cada fenómeno y el concepto de la totalidad orgánica llamada capitalismo, esto es, con la ley del valor? Entonces, ¿con qué fundamento podemos decir que el señor Amín “ha contribuido a la lucha internacional”, en su calidad de intelectual o teórico supuestamente anticapitalista?.
Samir Amín postula que las nefastas consecuencias que padecen los explotados del llamado “tercer mundo” no se derivan del capitalismo, sino de su parte más desarrollada. Como si éste fuera “el lado malo” de la competencia —al decir de Proudhon. Éste, el de la gran burguesía de los países imperialistas, es uno de los dos polos de la relación dialéctica en la esfera de la circulación internacional de los capitales, cuyo otro polo es el capital nacional dependiente, es decir, según Amín, “el lado bueno” de la competencia interburguesa, ¿no es eso? Pues, ¡NO! El capitalismo es el capitalismo del mismo modo que una manzana es una manzana. No está compuesto de dos totalidades distintas sino de una totalidad conceptual de dos partes fundamentales antagónicas históricamente irreconciliables, una de la cuales es el proletariado internacional y la otra el capital, donde este último se presenta o aparece, a su vez, como una unidad dialéctica entre dos opuestos de idéntica naturaleza social: los capitales oligopólicos de los países centros económicos y los capitales dependientes de su periferia.
Esta dialéctica interburguesa se basa en el desarrollo desigual y espasmódico de la economía capitalista, tanto al interior de cada país como a escala internacional, determinado por la desigual masa de valor y composición orgánica de los capitales en función, que interactúan entre ellos, cada cual tratando de rapiñar para sí la mayor parte posible del plusvalor producido por los asalariados. Una realidad que no puede descomponerse maniqueamente en una parte buena y otra mala, como si la parte buena fuera el “Pepito grillo” u “otro yo” del capitalismo, cuando, en realidad, ambas partes de la relación interburguesa son de idéntica naturaleza social explotadora de trabajo ajeno, donde las consecuencias de una sobre la otra no pueden evitarse —como decíamos más arriba—, sin acabar con la relación dialéctica primordial fundamental, expropiando a los grandes y medianos explotadores e introduciendo al mismo tiempo el control obrero sobre los pequeños, como paso previo a su socialización.
Atribuir al centro capitalista las consecuencias que se verifican en su periferia, es lo mismo que atribuir al polo eléctrico negativo lo que pasa cuando alguien se electrocuta. ¿Cómo explica Samir Amín el polo de absoluta penuria “underground” que habita en el subsuelo de metrópolis como New York o Londres? ¿Qué contribución es la de este hombre a “la lucha internacional” por mediación del necesario conocimiento del capitalismo, si las leyes del sistema no se tienen en cuenta o se las mutila para manipular y tergiversar su realidad de forma tan grosera, y se atribuye el fenómeno del intercambio desigual a la burguesía imperialista, como si ese fenómeno no fuera producto de la identidad dialéctica de contrarios naturalmente complementarios entre capitales de diverso valor y distinta composición orgánica, dedicados todos ellos a explotar trabajo ajeno?.
¿De dónde salen a la luz del pensamiento científico las leyes del capitalismo, sino como resultado de poner como objeto de estudio la unidad dialéctica fundamental entre el capital y el trabajo enajenado? ¿Y en que parte de los análisis que hacen teóricos como Amín, aparece considerada esta unidad fundamental o maestra, entre contrarios no complementarios o históricamente irreconciliables, primordial a la hora de explicar fenómenos o formas de manifestación derivadas o subrogadas de esa dialéctica fundamental, como es el intercambio internacional desigual entre capitales nacionales de distinta magnitud de valor en funciones y consecuente desigual composición orgánica?.
En su trabajo de 1988, Samir Amín propone a las burguesías nacionales dependientes “desconectarse” políticamente de la lógica realmente subrogada o de segundo orden que él considera de primer orden, como es la lógica de su dependencia respecto de los países imperialistas. Para ello plantea un proyecto de acumulación políticamente “autocentrado”, es decir, un proyecto de autodesarrollo sostenido del capital nacional periférico políticamente asistido, algo así como un capitalismo en permanente “unidad de vigilancia intensiva”. Nada nuevo bajo el Sol. Se trata, en esencia, de violentar la Ley del valor condicionando políticamente a uno de los dos polos de la dialéctica interburguesa, el polo del capital imperialista que, en relación de identidad con el otro polo —el económicamente dependiente— tiende naturalmente a la nivelación internacional de las distintas tasas de ganancia. Se trata, pues, para los discípulos de Proudhon, de romper políticamente con esa mecánica del capital social global, con esa tendencia objetiva del capitalismo a la desigualdad en los intercambios —su “lado malo”—, para conseguir que del capitalismo explotador quede sólo su “lado bueno”, la igualdad o equivalencia en los intercambios internacionales según sus valores, o lo más cerca posible de esa equivalencia. Marx en su crítica a Proudhon dice:
<> (K. Marx “Miseria de la filosofía” Cap. II. § 1 El método. Séptima observación. Lo entre paréntesis nuestro).
¿Cuál es en el contexto de este pasaje de la obra citada de Marx el lado malo? Evidentemente, el desarrollo capitalista de la industria inglesa que tuvo como consecuencia el desarraigo y la miseria más absoluta, la desgracia terrible de cientos de miles de seres humanos que hasta ese fatídico momento habían vivido providencialmente de esa manera tan bucólica y en apariencia idílica o ideal a los ojos del cretinismo pequeñoburgués. Si la historia hubiera procedido según la providencia de todos los Proudhon y Samir Amín del Mundo, los campesinos seguirían todavía instalados en la economía patriarcal y la humanidad no hubiera podido salir de aquél agujero negro de atraso material, indigencia, superstición y completa ignorancia sobre la verdadera naturaleza de la sociedad en que hemos venido viviendo los seres humanos y sobre nuestras propias condiciones históricas de vida y nuestras perspectivas de futuro como seres racionales antes de que irrumpiera el capitalismo. Fueron las leyes naturales del capitalismo las que permitieron por primera vez a la humanidad, conocer las verdaderas condiciones de vida de la sociedad, convirtiendo la historia en ciencia.
La filosofía política de todos los Samir Amín comprendidos en el movimiento intelectual “neomarxista”, pugnan por reproducir entre la vanguardia natural de los explotados el mismo espíritu de Proudhon. Semejante proposición consiste en independizar a la política de la economía política, esto es, al Estado protector burgués, de la Ley del valor. Aportan así la prueba más elocuente de que estos cretinos del pensamiento no han entendido nada acerca del la idea de totalidad conceptual de un objeto de estudio y de la Ley General de la Acumulación Capitalista, ni de las causas objetivas que determinan la tendencia —irresistible bajo el capitalismo— a la formación de una tasa internacional de ganancia media sobre la base del desarrollo desigual, a instancias del intercambio desigual, tanto a escala nacional como a escala internacional. Y demuestran no haber entendido nada de esto porque no son capaces de ponerse con el pensamiento y la acción por encima de su propia condición burguesa de existencia.
Y es que, aunque no lo parezca, ni la distribución del producto de valor (suma de salarios más plusvalor) se determina o rige por la lucha entre capitalistas y obreros, ni la distribución del plusvalor a escala internacional está determinada por la competencia entre los distintos capitales en la esfera de la circulación. La competencia no determina la distribución nacional e internacional del producto de valor entre capitalistas y asalariados, ni del plusvalor entre países de distinto desarrollo económico, aunque sí permite realizar o concretar esa distribución.

La competencia es el vehículo pero no el vector del proceso de distribución. No es ni su fuerza motriz ni su conductor. Esa distribución se determina en el momento de la producción según la distinta magnitud y composición de valor con que cada fracción de la burguesía o capitalistas particulares asociados participan en el común negocio de explotar trabajo ajeno, tanto a escala nacional como a escala internacional. Esta distribución no la pueden conocer a priori los agentes de la producción porque cada empresa capitalista procede con independencia de las demás. Es en el mercado, en la esfera de la circulación de las mercancías, donde esos distintos productores dejan de ser independientes al relacionarse entre sí dando pábulo al fenómeno de la competencia.

Son pues, las condiciones de la circulación o competencia intercapitalista las que fijan post festum una distribución del plusvalor que las condiciones de la producción determinan antes de que la puja intercapitalista por vender cada cual sus respectivas mercancías en las mejores condiciones, ponga finalmente a cada cual en el sitio de la distribución según la magnitud de capital con que han contribuido a la explotación de trabajo ajeno, algo que sólo la ciencia económica —descubriendo la Ley del valor— pudo ver con certeza:
<> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. LI. Lo entre corchetes nuestro)
Lo que intelectuales como Samir Amín escamotean en sus análisis, es:
Que todo lo que se ha venido produciendo en cualquier tipo de sociedad, es un producto social.
Que bajo el capitalismo no se trata de producir riqueza sino valor; y no sólo valor sino, ante todo, plusvalor. Tal es la especificidad que distingue a la sociedad burguesa de sus históricas formas sociales precedentes.
Que la distribución de ese plusvalor no está determinado por las condiciones de la circulación, sino por las condiciones de su producción, esto es, por la magnitud y las distintas composiciones de valor de los respectivos capitales que compiten, tanto a escala nacional como a escala internacional.
Por tanto, la pretendida “desconexión” política contra natura de las relaciones económicas internacionales entre el Centro y la Periferia capitalista, que pretende acabar con el drenaje de plusvalor desde el capital nacional de los países capitalistas dependientes hacia los capitales nacionales oligopólicos de los países imperialistas, es lógica y prácticamente incompatible con la dinámica del sistema capitalista en su conjunto, entendido como identidad dialéctica orgánica o cofradía de explotadores en la que interactúan los diversos capitales en tanto que contrarios de la misma o idéntica naturaleza social.
Y es incompatible, sencillamente porque esa “desconexión” en aras de un pretendido “desarrollo autocentrado” o autodesarrollo sostenido del capital periférico políticamente asistido, tornaría imposible la acumulación del capital como un continuo, tanto en uno como en el otro polo de esa relación dialéctica políticamente truncada contra natura. En el polo de los capitales nacionales de los países dependientes, porque se verían privados del aporte de capital fijo excedentario proveniente de los países imperialistas en condiciones de sobresaturación, vital para el impulso del propio proceso de acumulación nacional en los países capitalistas dependientes; en el polo de los capitales oligopólicos de los países Centros económicos o imperialistas, porque al verse privados de esa fuente de plusvalor adicional proveniente de los países subdesarrollados, el descenso tendencial de sus tasas nacionales de ganancia se aceleraría hasta el punto de resultarles indiferente invertir en procesos de producción cuyo rédito sería igual o inferior al capital invertido. Y esto supondría el derrumbe del capitalismo en su conjunto. Pero para evitar esta posibilidad está el recurso de la burguesía de última instancia que son los ejércitos.
A la luz de este concreto pensado, es evidente que semejante proposición política de “desarrollo autocentrado” del capital nacional dependiente, no puede resultar subjetivamente interesante para ninguno de los dos polos de la dialéctica internacional capitalista, ni objetivamente viable para la continuidad del sistema como negocio de explotar trabajo ajeno. Una vez más, pues, como ha venido sucediendo con las determinaciones teóricas abstractas de los intelectuales pequeñoburgueses —que quieren el capitalismo pero no sus necesarias consecuencias— la proposición de Samir Amín sólo tiene valor político propagandístico para las burguesías dependientes de cara a su clientela política, a fin de mantener a las masas explotadas cautivas de sus intereses, como masa de maniobra o instrumento propicio para intentar renegociar políticamente con el imperialismo las condiciones más favorables en el reparto del plusvalor —creado por sus asalariados— sólo posibles en circunstancias muy excepcionales objetivamente determinadas.
En tal sentido, no se descarta que los movimientos de la izquierda burguesa seguidores de esta intelectualidad reformista, como ha venido sucediendo durante estos últimos setenta años, puedan reunir una vez más las fuerzas sociales y políticas necesarias, para intentar poner en la escena política internacional nuevas aventuras a despecho de los reiterados fracasos al costo de inútiles sangrías humanas de magnitud, como las acaecidas desde fines de la década de los sesenta hasta la debacle de la burocracia soviética falsamente socialista en 1991. y ni que decir tiene que el populismo chapista va por ahí preparando otro equilibrio bélico de proporciones humanas catastróficas.
Lo que estos teóricos “neomarxistas” omiten reconocer es que semejantes intentos sólo fueron momentáneamente viables en épocas de recuperación y alza en las tasas de ganancia del sistema, o bien durante las interrupciones del tráfico internacional provocadas por enfrentamientos bélicos de magnitud o grandes crisis económicas sistémicas. Y el caso es que según progresan las fuerzas productivas y avanza el proceso de acumulación del capital mundial, los períodos de recuperación y auge son cada vez más cortos y relativamente más exiguos en réditos respecto de la masa del capital empleado.
De este modo, si se deja intacto el monopolio de la propiedad privada sobre los medios de producción en ambos polos de la relación dialéctica del intercambio internacional, cualquiera de las formas políticas frentepopulistas que las burguesías de la periferia capitalista —ligadas al mercado interno— se inventen para renegociar el flujo de plusvalor creado en sus países hacia los centros oligopólicos, la dictadura de la Ley del valor determinará cada vez más férreamente que dichas formas políticas de reparto sean cada vez más efímeras y difíciles de implementar. En efecto, dado que por su identidad de naturaleza capitalista las burguesías dependientes no se plantean romper en ningún momento con la lógica sistémica del capitalismo, la pretendida “desconexión” no haría más que trastornar gravemente la economía capitalista en su conjunto tal como acabamos de explicar. Esto la Ley del valor no lo tolera, por eso es que cuando esa Ley pide paso a instancias de su recurso de última instancia: el bélico de sus instituciones armadas, la pequeñoburguesía siempre sabe dar un paso al costado aunque eso le suponga apretarse el cinturón. Y cada vez que, en tales circunstancias el proletariado llama traidores a sus dirigentes del “Frente Popular”, los revolucionarios contestamos: “traidores a vuestras ilusiones”.
En semejante contexto, y en tanto se mantiene intacta la propiedad privada burguesa por voluntad política irrenunciable de ambas partes en litigio, la propia ley del valor provoca graves desajustes económicos, enfrentamientos más o menos cruentos y desgracias humanas de una magnitud tal que, en el mejor de los casos para la burguesía, acabaría desmoralizando a su base social asalariada de apoyo, hasta el punto de que si finalmente las fuerzas políticas aliadas de los oligopolios al interior de esos países no pudieran restablecer la necesaria interconexión por medios “democráticos”, son directamente los poderes fácticos —económicos y militares, internos y externos— quienes dan la puntilla por medios bélicos a semejantes despropósitos burgueses, tal como ha ocurrido más de una vez en la historia reciente. ¿Es necesario recordar lo que ha venido sucediendo en Indonesia, Filipinas, Argelia, Egipto, Sudán, República Dominicana, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Bolivia, Perú, Brasil, Uruguay, Chile, Argentina, El Congo, Mozambique, Angola, etc., etc., etc.?.
Y el caso es que en cualquier situación, de no mediar la toma del poder por el proletariado, tanto el capital que representa a las burguesías nacionales de los países subdesarrollados como el de la burguesía imperialista terminan por encontrar un arreglo a sus diferencias, quedando la clase obrera y demás clases subalternas a merced de las puras leyes del mercado.
El capital nacional de los países dependientes en su enfrentamiento con el gran capital trasnacional, de últimas, nunca se jugará su propia existencia frente a la alternativa que tarde o temprano le planteara su propio proletariado y, lo que habitualmente sucede es que se fusiona con el capital oligopólico, en el sentido de que se suma a él; por tanto, como tal capital no desaparece, lo cual demuestra que el capital nacional dependiente y el capital oligopólico son dos partes de una idéntica naturaleza que, en el acto de la fusión se diluyen la una en la otra como capital ampliado. Lo que desaparece es la “firma”, denominación o marca nacional de los productos en los que ese capital dependiente se encarna. Y a veces —cuando la firma o marca comercial está muy introducida en el mercado nacional dependiente— se la conserva, de modo que durante bastante tiempo buena parte de los consumidores nacionales ignoran que siguen comprando productos de un capital que ya ha dejado de ser “nacional”.
Además, la burguesía que representa al capital más pequeño sabe que la acumulación capitalista discurre sobre la base de una pluralidad de empresas con diversas masas de valor en funciones, que operan con composiciones orgánicas del capital distintas, dando pábulo a diversas tasas de ganancia empresariales, base impulsora de la competencia intercapitalista que tiende a la formación de tasas promedio de ganancia nacionales y a la formación de una tasa internacional de ganancia media. De lo contrario, desaparecería para el capital global el acicate de la producción y de la acumulación de plusvalor:
<> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV – III. Lo entre paréntesis nuestro).
Teorías como las de Samir Amín, —que le condujo a proponer la “desconexión” política en aras del “desarrollo autocentrado” en los países dependientes—, se ha querido ver justificado en la evidencia empírica del subdesarrollo histórico crónico en la periferia capitalista, vigente hasta la segunda posguerra mundial. Sin embargo, la tendencia objetiva a que esta evidencia empírica se trocara en su contraria, fue prevista por Marx ya en el último tercio del siglo XIX. Posteriormente, Lenin y Trotsky pudieron observar el nuevo fenómeno de la industrialización con tecnología punta en los países dependientes, inducido por la Ley General de la Acumulación Capitalista en la Rusia Imperial desde los tiempos de Pedro “El Grande”. Y en la década de los años treinta del pasado siglo, fue Henryk Grosssman —en polémica con Bauer— quien verificó teórica y empíricamente esta misma tendencia histórica del capitalismo prevista por Marx:
<> (Grossmann: "La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista" Cap. XIV BIII, lo entre paréntesis nuestro)
Hoy día no hay que ser un teórico de nota para comprobar que el desarrollo espectacular de los países llamados emergentes en el sudeste asiático —sin duda por influjo del capital imperialista excedentario en sus respectivos países— no ha necesitado de proposiciones políticas experimentales de los teóricos de la dependencia y del estancamiento crónico en la periferia del capitalismo o tesis del “desarrollo bloqueado” por el imperialismo en estas partes del mundo, sino que, al contrario, este desarrollo ha sido inducido por la sobresaturación de capital en los países centros económicos que les obligó a exportar ese excedente de forma cada vez más masiva hacia la periferia. El mismo proceso de industrialización en países de desarrollo medio como Brasil, Argentina, Chile o México, que en un principio evolucionó al “amparo” de la interrupción en los intercambios internacionales —a raíz de las dos guerras mundiales y de la crisis de entreguerras— tras el agotamiento de la fase expansiva que siguió a la segunda post-guerra reconoce el aporte cada vez más significativo del capital imperialista. Para mayor información sobre este asunto, consultar en nuestra página:
http://www.nodo50.org/gpm/decadencia/09.htm
Por otro lado, sobre la cuestión de la unión de los Estados europeos Samir manifiesta que la construcción de la UE sólo es posible si se desconecta o se independiza de la férula de Washington y la OTAN, y, para que eso sea posible, habría que forjar un bloque de poder constituido por la burguesía europea con su proletariado. Asistimos otra vez a la antigua receta de reeditar un frente policlasista que, en realidad, el propio desarrollo del capitalismo ha dejado sin sentido al haber superado ya la etapa de enfrentamiento con el feudalismo en el poder. Por descontado que para Samir frente a los problemas que se derivan de la actual disolución de los Estados nacionales en la UE, la alternativa de unos EE.UU. obreros de Europa o como se les quiera llamar, no tiene ni siquiera tiene visos de ser tenida en cuenta, ya que para él:
<<>> (Samir Amín: Geopolítica del imperialismo contemporáneo”. El subrayado es nuestro).
Samir se declara comunista y partidario del marxismo, sin embargo, sus proposiciones no contemplan la lucha por el poder de la clase obrera como alternativa revolucionaria independiente que ponga fin de manera efectiva al sistema de dominio y explotación burgués que somete, por un lado, a los países con un relativo atraso económico y, por otro lado, a los asalariados y demás clases subalternas, ya sean de esos países dependientes o de las propias metrópolis.
La ausencia del proletariado como clase revolucionaria fundamental es algo común en las propuestas de Samir y del resto de los neomarxistas. Tras la derrota ideológica que en 1924 supuso para el proletariado la imposición de los postulados stalinistas —tanto al interior como al exterior de la URSS— y que trajo como consecuencia el abandono de la alternativa revolucionaria frente a la segunda guerra interimperialista, sumado al repunte económico capitalista una vez terminada la guerra, una generación de nuevos marxistas, los llamados “neomarxistas” —surgidos de las universidades del sistema— cambiaron la figura del sujeto revolucionario: el proletariado, por una categoría que nada o muy poco tiene que ver con la división social en clases: los conocidos como movimientos sociales.
Este desplazamiento del sujeto “transformador” no es algo casual, sino que le viene de perlas a gran parte del movimiento político antiglobalización para autoconvencerse y convencer a la sociedad y a los “ciudadanos” de que son la alternativa a este sistema capitalista. Sin embargo, estos movimientos sólo pueden ofrecer soluciones parciales dentro del propio sistema a los problemas que tiene planteados la humanidad bajo el capitalismo. Estos grupos protestan contra los efectos de las leyes inherentes al capitalismo sin luchar efectivamente contra sus causas: el sistema en sí, ya adquiera éste una forma política neoliberal o socialdemócrata. Lo que, en definitiva, desean es un capitalismo moderado por regulaciones estatales que permita a los movimientos sociales determinada participación en la implementación de esas reglas, bien sea en las instituciones burguesas o fuera de ellas. Para abundar más sobre esta cuestión ver:
http://www.nodo50.org/gpm/globaliz/00.htm
A partir de mediados del siglo pasado se entró en una fase de alza prolongada en la tasa de ganancia del capital que unida a una política económica expansionista de tipo keynesiano, permitió la construcción del llamado “Estado del bienestar”, la cual facilitó que el capital de los países desarrollados pudieran integrar consensualmente a su clase obrera en el sistema.
Por otro lado, durante el sexto congreso de la Internacional stalinista en 1.928, se aprobó una desviación contrarrevolucionaria al clasificar como semicolonias a países que hasta entonces Lenin y los bolcheviques habían catalogado como lo que en realidad eran: países políticamente soberanos económicamente dependientes. Semejante tergiversación de la realidad de estos países no fue en modo alguno involuntaria sino deliberada ya que semejante idea hizo prevalecer la falsa idea de un supuesto "desarrollo económico bloqueado" por causa de un no menos presunto dominio político colonial imperialista en esos países. En este congreso se sentaron las bases ideológicas para la justificación e implementación en esos países del frente político entre las burguesías nacionales y el proletariado, para la “lucha por la liberación nacional”, dejando la lucha por la emancipación social del proletariado para una etapa posterior, una vez conquistada la soberanía nacional que permitiera el desarrollo autosostenido del capital nacional y preparara así las condiciones para la implantación del socialismo.

Fue precisamente en el siguiente congreso de 1.935 donde la burocracia soviética stalinista hizo cristalizar la idea del “frente único antiimperialista” del proletariado en “acción conjunta con la burguesía nacional contra el imperialismo”, es decir, del Frente Popular o Frente policlasista, que hizo perdurar en los países soberanos económicamente dependientes durante décadas a instancias de sus respectivos partidos comunistas sumisos a la política estratégica contrarrevolucionaria de Moscú:
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http://www.nodo50.org/gpm/decadencia/todo.doc
Así fue cómo en las universidades del sistema, el materialismo histórico empezó a ser materia prima para la fabricación de subproductos burgueses eclécticos de aleación variable con el keynesianismo, el neohegelianismo, el freudismo, el neokantismo, el heideggerismo, etc., verdadero meollo de la llamada sociedad "postmoderna". Así, mediante este trabajo de pinza entre el stalinismo y la burguesía internacional, el materialismo histórico acabó por ser debidamente neutralizado como guía para la acción política revolucionaria, gracias a teóricos "neomarxistas" prestigiados por la prensa y la industria editorial del sistema, entre los más destacados Joan Robinson y Erik Hotsbawn, Galvano Della Volpe y Lucio Coletti; Louis Althusser, Etienne Balibar y Nicos Poulantzas; Michael Foucault, Walter Benjamin, Theodor Adorno, Jürgen Haberlas, Erich Fromm y Leo Lowenthal; y los ya mencionados Herbert Marcuse, Max Horkheimer, Friedrich Pollock, Paul Baran, Paul Sweezy, Samir Amín y otro largo etcétera. Últimamente, con mayor asiduidad periodística, destacan Noam Chomsky, James Petras, Sami Nair y Eduard Said. Todos ellos intelectuales "independientes" de "formación universitaria", quien más quien menos copartícipe en la creación de varias escuelas de "pensamiento crítico", como la alemana de Frankfurt, la estructuralista francesa, la de la regulación y la americana de Harvard. Todas ellas financiadas por la burguesía, estas escuelas han venido influyendo decisivamente en casi todos los diversos partidos políticos autoproclamados antisistema en el mundo entero, desde la década de los cuarenta hasta hoy. Sin perjuicio de sus meritorios aportes a la teoría de la dominación burguesa en los terrenos sociológico, psicológico y de la organización del trabajo, la resultante política contrarrevolucionaria de estos esfuerzos del intelecto está hoy a la vista.
Los neomarxistas tienen de común que utilizan la fraseología y las categorías del Materialismo Histórico, para imbuirse de una aureola anti-sistema y, poder así, falsificar sus conceptos practicando un revisionismo pretextando que el capitalismo experimentado por Marx no se corresponde al de nuestros días, como si en esencia el sistema no siguiera siendo el mismo, con las mismas leyes y la misma lógica descrita por Marx, sólo que, como resultado de una acumulación superlativamente mayor, las contradicciones con las fuerzas productivas se han vuelto más agudas y las consecuencias de ello más catastróficas.
Por tanto, para nosotros, lo que caracteriza a esta corriente de pensamiento consiste en la pretensión de lastrar del marxismo su sentido teórico científico orientador de una política genuinamente revolucionaria. Y esta intención del neomarxismo no tiene nada de original, puesto que desde siempre al interior de lo que se entiende como movimiento por el socialismo, han sido legión quienes en nombre de la teoría marxista han pretendido desvirtuarla para desviar la acción de los asalariados del curso revolucionario señalado por ella. Incluso coetáneos a Marx, como Lassalle, pasando por Plejanov, Bernstein, Kautsky, Otto Bauer, Tugan Baranowsky, Rudolf Hilferding, y un largo etc., todos ellos, en un aspecto u otro, intentaron modificar teórica y políticamente el curso revolucionario de los acontecimientos para desviarlos a posiciones críticas pero, a su vez, conciliadoras con el capitalismo. Después, tras la revolución bolchevique —que duró hasta 1.924— y la instauración en la URSS de un sistema stalinista que muy poco tuvo que ver con lo que Marx y Lenin pensaron que debiera de ser el socialismo, se creó una escuela de marxismo con carácter oficial que excomulgó hasta el extremo del asesinato a todo aquel que criticara los designios de la burocracia enquistada en la URSS. Al desaparecer Stalin, surgió una corriente de pensamiento en el mundo capitalista que se oponía al “marxismo oficial” tachándolo de dogmático, rígido e inoperante para explicar los nuevos problemas que surgían en el mundo capitalista, tanto el desarrollado como el subdesarrollado. El problema es que, a la luz del curso que tomaba la gigantesca acumulación de capital en el Mundo a partir de mediados del siglo pasado, en vez de enriquecer el cuerpo teórico del Materialismo Histórico con nuevas aportaciones efectivamente revolucionarias, la nueva escuela de pensamiento, llamada “neomarxismo”, so pretexto de impugnar el stalinismo, volvió a incurrir en las viejas concepciones burguesas postuladas por Bernstein, etc. Y no por erróneos, los análisis de teóricos pequeñoburgueses del estancamiento crónico del capitalismo en la periferia, como Samir Amín, resultan ser políticamente inocuos, sino que, precisamente por eso, no lo son. Ya lo dijo Lenin: “un error milimétrico aparentemente sin importancia en la teoría, se traduce en errores kilométricos en la práctica”.
En tanto que todos los Samir Amín sigan aglutinando en torno suyo a la mayor parte de la vanguardia proletaria amplia que incide directamente sobre las grandes masas asalariadas —a instancias de la izquierda política burguesa que se nutre de semejantes embelecos con lustre de ciencia— este tipo de pensamiento seguirá siendo el principal enemigo a batir, el obstáculo que se interpone entre la necesidad histórica cada vez más acuciante de la acción revolucionaria, y la conciencia de esa necesidad como requisito de la praxis efectivamente transformadora. De ahí la importancia de la lucha teórica contra semejantes supercherías.
Finalmente, a su pregunta de si el neomarxismo es “bueno malo o regular” nosotros pensamos que cualquier corriente ideológica de pensamiento no debiera calificarse de ese modo tan subjetivo como equívoco, sino según su contenido de clase. Tal es el criterio que, en respuesta a su inquietud, nosotros hemos seguido tratando de aportar a la comprensión del verdadero significado e intención política que se esconde bajo el discurso pseudocientífico de los “neomarxistas”.
Para cualquier duda o consulta sobre este escrito, seguimos a su servicio, que tal es nuestro cometido como grupo de propaganda marxista.
Atentamente, le enviamos un cordial saludo.
GPM
[1] Ese mismo papel, salvando las distancias y algunas particularidades jugó y sigue jugando el peronismo en Argentina, el cardenismo en México y el bolivarismo actual en gran parte de América Latina.


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