martes, 12 de febrero de 2008

En el comienzo de la segunda etapa de la crisis global

Más allá de la recesión 

Jorge Beinstein


ALAI AMLATINA, 11/02/2008, Buenos Aires.- La recesión se ha instalado en el centro del Imperio,
el debate ahora gira en torno de su profundidad, duración y alcance mundial. La corte de admiradores
derechistas o progresistas del capitalismo global, que nos apabulló en los últimos años con sus
reiteraciones acerca de la solidez del sistema, está ahora en pleno repliegue táctico; sus integrantes
ya no niegan la crisis pero intentan quitarle dramatismo, acortar sus raíces y amplitud. Algunos
ensayan explicaciones anecdóticas, otros la califican como “crisis cíclica”, es decir pasajera, la
mayor parte se refugia en la explicación simplista que reduce el fenómeno a una gran perturbación
financiera combinada con un brote pesimista de los consumidores norteamericanos provocado por
los deudores morosos de los Estados Unidos (que no pagan sus créditos inmobiliarios)...
y por quienes les otorgaron prestamos de manera demasiado generosa. Según esta gente los
problemas serán pronto superados gracias a las intervenciones de
la Reserva Federal, la Casa
Blanca
y las autoridades políticas y monetarias de las otras grandes potencias. El mítico estandarte
del poder invencible de los amos del sistema todavía flamea en las alturas aunque se va deshilachando
rápido al ritmo de los truenos globales.

Crédito, consumo y deudas


Al ser la crisis circunscrita al desinfle de la burbuja inmobiliaria norteamericana y sus impactos colaterales
en los Estados Unidos y el resto del mundo la “solución” aparece clara: alentar a los consumidores e
inversores, subir el gasto público e inyectar liquidez en el mercado.
Es lo que ahora están haciendo el
gobierno de Bush y
la Reserva Federal, el primero acaba de impulsar una rebaja de impuestos y un gasto
estatal récord para 2009 de más de 3 billones (millones de millones) de dólares, y en consecuencia un
déficit fiscal gigantesco con lo que la deuda pública superará bien pronto los 10 billones de dólares.
Por supuesto Bush lo hace desde la derecha; las reducciones fiscales beneficiarán básicamente a los
ricos y a la clase media alta, el mayor gasto público privilegiará a las fuerzas armadas que dispondrán
del más alto volumen de fondos de toda la historia norteamericana: el gasto militar total de los Estados
Unidos llegó en
2008 a cerca 1,2 billones de dólares (si sumamos a las erogaciones del Departamento
de Defensa las de los demás sectores del Estado), según el proyecto de presupuesto enviado por Bush
al Parlamento, en 2009 dicha cifra será mucho más alta. Por su parte
la Reserva Federal baja más y más la
tasas de interés.
Lo que ellos están haciendo ahora es una suerte de repetición, en condiciones infinitamente más graves,
de lo que ya hicieron en 2001, no tienen otro libreto. Pero en aquel momento la deuda pública norteamericana
alcanzaba los 5,7 billones de dólares ahora ronda los 9,2 billones, y si a la misma le sumamos las del resto de
sectores públicos y privados se llega a los 50 billones de dólares (equivalente al Producto Bruto Mundial).
A ello es necesario agregar la acumulación de déficits fiscales y comerciales, y un volumen de gastos militares
totales que podría llegar a representar en 2009 el 10 % del Producto Bruto Interno norteamericano.

En 2001 la situación era difícil pero existían márgenes económicos y políticos que permitieron al Poder (auto
atentado terrorista mediante) salir de la recesión acelerando las tendencias dominantes del sistema: hipertrofia
especulativa, concentración de ingresos, consumismo (con fuerte caída del ahorro personal), crecimiento de
las deudas públicas y privadas y keynesianismo militar. Todos estos aspectos se exacerbaron al extremo en
los últimos siete años, las aventuras coloniales en Eurasia terminaron empantanadas (el aparato militar aparece
ahora como una pesada maquinaria tan sofisticada y cara como incompetente) mientras que el Estado y la
población están abrumados por la deudas.

La recesión estadounidense es más una crisis-de-deuda que una depresión causada por el enfriamiento del
consumo, la primera es el fundamento del segundo. La súper deuda estatal ha llegado a un punto tal que su
expansión ha ingresado en un círculo vicioso que enlaza de manera perversa emisiones de títulos públicos y
de dólares cada vez más depreciados, en caso contrario el Estado debería frenar sus gastos y/o incrementar
la recaudación fiscal lo que hundiría a la economía en una recesión aún más profunda.

Por su parte la población con ingresos medios y bajos ha sufrido las consecuencias del estancamiento (y del
descenso en un importante sector) de sus salarios reales, el ingreso familiar promedio es actualmente inferior
al del año 2000. Cuando se lanzó la burbuja inmobiliaria con una avalancha de créditos baratos se estaba al mismo
tiempo restringiendo la solvencia a mediano plazo de una gran masa de deudores, la serpiente neoliberal terminó
mordiendo su propia cola: a mediados de 2006 el mercado inmobiliario estaba saturado, los precios de las viviendas
comenzaron a descender y en 2007 estalló la morosidad. Lo que siguió es bien conocido.

En los años del auge el tema del inminente agotamiento del crecimiento de la economía norteamericana sobrecargada
de deudas había sido abiertamente ignorado o negado por periodistas, expertos, grandes empresarios y dirigentes
políticos de la superpotencia. Los negocios prosperaban ¿quien se hubiera atrevido en ese período a decir que las
grandes ganancias de ese entonces eran la base de un próximo desastre?

Los pocos que se atrevieron quedaron marginados o ridiculizados, señalados como catastrofistas, personas amargadas
o amantes de los terremotos.

Pero si la derecha pretende hacer más de lo mismo, el progresismo imperial no va mucho más lejos, Joseph Stiglitz
expresión de ese sector acaba de proponer una variante “popular” del remedio orientada también a rehabilitar el
consumo incrementando el gasto público y en consecuencia el déficit fiscal y la deuda. Según esa propuesta no
serían beneficiados los militares y los ricos sino los desocupados, los programas de desarrollo de la infraestructura,
del sector educativo, de salud, de ahorro de energía y de reducción de la contaminación ambiental. La aspirina
progresista (incompatible con el actual sistema de poder estadounidense) y la repetición conservadora no son
otra cosa que pequeños parches impotentes ante una realidad que los desborda.


Recesión e inflación


Ahora que la recesión ha llegado al centro de la economía mundial sus autoridades entran en pánico, perciben
que sus acciones son ineficaces o incluso contraproducentes. Las medidas antirrecesivas como los recortes
fiscales en curso, las drásticas bajas en la tasa de interés o el incremento del gasto público traerán más déficits y
deudas y si llegan a tener algún éxito, aunque sea mediocre, alentarán la inflación; en ambos casos impulsarán la
depreciación internacional del dólar. La recesión y la inflación llegan juntas porque la crisis financiera converge
con la crisis energética que hace subir el precio del petróleo arrastrando hacia arriba a un amplio abanico de materias
primas. Los costos de producción aumentan no solo cuando crece la economía mundial y en consecuencia la
demanda de esos productos sino también cuando la misma se estanca e incluso cuando decae. Es así porque la
extracción petrolera global está llegando a su máximo nivel y detrás de ella las de otros recursos energéticos no
renovables como el carbón y el uranio que se encaminan hacia la misma situación a más largo plazo pero bien
antes de mediados del siglo XXI. Y como sabemos el reemplazo del petróleo por los biocombustibles lleva al rápido
encarecimiento generalizado de los precios de la producción agrícola, en especial la de alimentos.

En síntesis, las autoridades norteamericanas saben que si tratan de revertir la recesión reanimando al mercado
alentarán la inflación y la caída del dólar lo que terminará por traer más recesión pero que si buscan frenar la inflación
enfriando la economía profundizarían la recesión: un callejón sin salida.

Algunos expertos, por ahora discretos, empiezan a ilusionarse con la posibilidad de un estancamiento prolongado pero
ordenado, sin estallidos sociales ni crisis institucionales graves, el modelo sería Japón en los años 1990. Aunque olvidan
que se trataba de una potencia de segundo orden que dispuso en ese momento de dos tablas de salvación externas que
suavizaron su aterrizaje, en primer lugar las burbujas de prosperidad de Asia del Este que le dieron aire hasta la crisis de
1997 y sobre todo los Estados Unidos, su principal cliente comercial, cuyo mercado absorbió exportaciones e inversiones
japonesas. Pero los Estados Unidos son demasiado grandes, no existe una tabla de salvación externa a su medida, el resto
del mundo venia amortiguando sus desajustes fiscales y comerciales acumulando montañas de papeles dolarizados que
cada día valen menos pero esa capacidad esta casi agotada.


La ilusión del desacople


En la última reunión de Davos se discutió mucho acerca del posible “desacople” entre los Estados Unidos y las otras
potencias industriales que tomarían de ese modo distancia del naufragio de su hermano mayor.

Hasta hoy la globalización era presentada por la propaganda neoliberal como una trama de la que nadie podía escapar,
ahora sin mayores explicaciones se afirma lo contrario, la red global permitiría al parecer salir del desastre a una amplia
variedad de países, dirigentes y comunicadores de algunas economías desarrolladas las incluyen en la lista de
sobrevivientes, incluso en numerosos países periféricos los medios de comunicación locales tratan de tranquilizar a
sus poblaciones explicándoles que gracias al nivel de sus reservas (dolarizadas), la naturaleza de sus exportaciones,
su ubicación geográfica u otra bendición del destino, esa nación no será afectada por la recesión estadounidense (o
lo será muy poco).

Pero resulta que -para desgracia de los neoliberales- los neoliberales tenían razón: las interdependencias económicas
mundiales son tan densas que como lo estamos comprobando a diario no hay manera de desconectar los sacudones
estadounidenses (bancarios, bursátiles, etc.) del funcionamiento financiero internacional. La burbuja inmobiliaria
norteamericana fue la vanguardia de una variada serie de burbujas similares en distintos lugares del planeta, países
como España, Inglaterra, Holanda, Australia, Irlanda, Nueva Zelandia fueron parte activa de la fiesta. En España ya
comenzó el desinfle, recientemente Carlos March, cabeza de uno de los grupos financieros decisivos de ese país,
declaró que “la crisis inmobiliaria (española) va a durar mucho tiempo, al menos tres años”, además numerosos
bancos europeos y asiáticos son golpeados por la desvalorización de títulos norteamericanos apoyados en deudas
hipotecarias de alto riesgo que compraron a manos llenas en pleno auge especulativo. La recesión estadounidense
ya afecta a Japón estrechamente asociado a la superpotencia en los niveles comercial, financiero, político-militar, etc.
Japón y los Estados Unidos compran el grueso de las exportaciones industriales de China, columna vertebral de su
prosperidad económica, que por otra parte acumula más de 1,4 billones de dólares y papeles dolarizados en sus
reservas y es atravesada por varias burbujas (bursátil, inmobiliaria, etc.).

Mucho más fuertes aún son las interconexiones entre la Unión Europea y los Estados Unidos... lo que no le impidió
al presidente del Eurogrupo Jean-Claude Juncker declarar (a comienzos de febrero de 2008 y sin que se le mueva un
solo músculo de la cara) que “en Europa no hay riesgo de
recesión al contrario que en los Estados Unidos” .

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