jueves, 20 de septiembre de 2007

El Revolucionario: un humilde ser superior



Muchos hombres y mujeres se jactan, se ufanan de su condición revolucionaria por el hecho de pertenecer a un grupo político al que le dan un cariz más o menos radical, con supuestos objetivos de cambio social, y mantener un verbo encendido, muy bien estudiado, memorizado y codificado; o por gritar con mucho fanatismo SOY CHAVISTA. Pero lo más importante, lo que tipifica al revolucionario, y que no se puede aparentar o disfrazar, es la ética y la moral como expresión de un ideal, de unos valores, que genera una conducta, un estilo, un comportamiento en la vida, una razón de ser humano. Y es que el revolucionario excluye toda inconsecuencia respecto a su ideal y no practica el arte del escalamiento ni el desbocamiento por la prosperidad material o el vil interés; es un ser solidario, de espíritu humilde y siempre va por caminos rectos sin importarle si son ásperos o difíciles, buscando el bien colectivo; aborrece la duplicidad, el doble discurso; ama en la patria, a todos sus conciudadanos y eleva esa pasión a la humanidad entera; habla con tal grado de sinceridad que da rabia, escalofríos y envidia a los hipócritas y falsos revolucionarios; es autocrítico y tolera en los demás el reconocimiento sincero de los errores, recordando los propios; se enerva ante las injusticias y las bajezas; no se deja arrastrar por prejuicios ni dogmas, alejando de su practica el sectarismo propio de los serviles fanáticos. Siempre vive como es: buscando la verdad, la superación, la libertad y la igualdad humana, sin mendigar espacios para desarrollar sus convicciones, siendo un ser sincero, sublime, optimista, solidario, luchador, constante, perenne, superior y firme en sus ideas. Y es que el revolucionario es excelente y superior por su ética, su moral, su humildad de corazón, su profundo compromiso ideológico y su alto sentido humano. Como lo apuntaba el CHE "este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto en la especie humana; y también nos permite graduarnos de hombres". En cambio, aquel que adapta sus ideas a las circunstancias que lo rodean, domesticándolas, nunca puede llamarse revolucionario. Así como tampoco el que concibe un bien y no lo practica; el que invoca la verdad y juega con la mentira; el que predica la honestidad y planifica estafas; el que ama la justicia y nunca es justo; el que exige piedad y golpea al prójimo; el que exige lealtad y es traicionero; el que exalta el patriotismo para provecho personal; el que predica voluntad y es servil; el que habla de dignidad y se arrastra; el que profesa amor al pueblo y sólo lo manipula; el que dice tener ideales y no se atreve a contrastarlos, porque no son propios. Y sin duda, el que usa un doble discurso y practica la intriga, ése jamás puede llamarse revolucionario, y en algún momento su disfraz se le cae; para esos su horizonte siempre se limitará a la egoísta postura de defender su bienestar personal, su familia, su secta, su facción o camarilla, encerrados en un fanatismo que les impide extenderlo hasta la esencia humana, constituyendo un freno para conquistar cambios y nunca harán revolución, ya que esta es tarea de revolucionarios; justamente los que deberían apuntalar el actual proceso, para su avance y consolidación.
Rubén Mendoza
Presidente de la Fundación La Voz Del Valle de Caracas
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